No hay semana en la
que no aparezca una nueva publicación científica alertando de la presencia de microplásticos en
una nueva parte del cuerpo.
Todo ha ido muy rápido
desde que, hace 20 años, el biólogo marino Richard Thompson, de
la Universidad de Plymouth (Reino Unido), acuñara por primera vez el término
tras encontrar en la playa partículas mucho más pequeñas que un grano de
arroz. No tardamos mucho en descubrir que estos microplásticos están
por todas partes: en el agua que bebemos, en la comida que ingerimos e incluso
en el aire que respiramos.
Inicialmente, la
hipótesis era que los tomábamos a través de la comida o la bebida pero que,
eventualmente, eran eliminados a través de las heces o la orina sin provocar
mayores problemas. Un trabajo pionero de
2018 fue el primero en identificarlos en el intestino.
Fueron solo ocho participantes, repartidos por todo el mundo, pero con la
presencia de estos componentes quedaba claro que el problema tenía una amplitud
global. La mayor parte de ellos, además, había consumido pescado, lo que dejaba
claro que los hallazgos de Thompson en ecosistemas marinos tenían una
relación más que directa con la salud humana.
Philipp Schwabl, gastroenterólogo y
hepatólogo de la Universidad Médica de Viena y principal autor de aquel
estudio, advirtió ya entonces que, aunque hasta la fecha solo habían podido
identificarse en esa parte del cuerpo, “las partículas de microplástico más
pequeñas pueden entrar en el torrente sanguíneo, el sistema linfático e incluso
alcanzar el hígado”.
Efecto tóxico de estas partículas
Aquel sería el
siguiente paso. En la primavera de 2022, un equipo de investigadores
holandeses liderados por un inmunólogo español, Juan José García Vallejo,
identificó por primera vez microplásticos en la sangre
humana. Según detallaba el artículo publicado en Environment International, en concreto, de los 22
donantes de sangre que analizaron en su estudio, 17 tenían restos de PET y poliestireno en su
torrente sanguíneo.
Son los tipos de
plástico más comunes hallados en nuestro organismo, junto a otros dos, el
polietileno y el polimetilmetacrilato. “Desde mi punto de vista, deberíamos
dejar de catalogar a todos los microplásticos como un único contaminante, ya
que el efecto tóxico de un microplástico va a depender de varios factores,
tales como su tamaño (a menor tamaño, mayor
toxicidad), su forma y, lo más importante, su contenido en aditivos
químicos tóxicos asociados al plástico”, explicaba recientemente al SMC Ethel Eljarrat, directora del Instituto de Diagnóstico
Ambiental y Estudios del Agua del CSIC.
Prácticamente todas las grandes industrias contribuyen al problema, pero no
todas tienen los mismos parámetros o controles de calidad. Por ejemplo, se
calcula que el 35 % de los microplásticos hallados en los océanos corresponden
a la industria textil.
Como explica a
SINC Raúl González, CEO de la plataforma de moda circular
Ecodicta, “gran parte de nuestra ropa está hecha a partir de materiales
fósiles, estas fibras sintéticas liberan microplásticos no solo cuando las
lavamos, sino también durante cada etapa de la producción textil (hilar, tejer,
teñir) y más tarde, cuando se degradan en vertederos o en playas donde acaban
muchas prendas desechadas: desde ahí, los microplásticos entran en la cadena trófica marina, acumulándose en los peces que
luego consumimos”, y junto a ellos, muchos otros compuestos
asociados a estos procesos industriales que siguen adheridos al plástico, como
los disruptores endocrinos.
Infografía creada por la unidad audiovisual de Fecyt con uso de IA
¿Por dónde entran?
Las consecuencias de
esto están empezando a aflorar. La última barrera que se creía inexpugnable era la hematoencefálica, pero en diciembre
de 2024 se demostró que no hay ya, para el cuerpo humano, un territorio virgen
de microplásticos. En un estudio aparecido en Nature Medicine, investigadores de varias universidades
estadounidenses demostraron que estos compuestos se acumulaban en nuestro
órgano más vital en cantidades mayores que en otros
tejidos analizados, como el hígado o el riñón.
Un trabajo reciente en
ratones ya apuntaba a que los microplásticos del torrente sanguíneo pueden
desencadenar la formación de trombos en el cerebro, al igual que pueden
causarla en el interior de las arterias. Este último hallazgo,
realizado por investigadores chinos, sugiere que además de los fallos
vasculares estos residuos también pueden inducir disfunción neurológica a
través de la activación de las células inmunitarias en este órgano.
Una vez llegan a la
sangre, pueden acabar en cualquier sitio, aunque la sangre no es la única vía de acceso. Por esas mismas
fechas, investigadores británicos hallaron microplásticos en los pulmones de
pacientes quirúrgicos, y aunque el riego sanguíneo a los pulmones puede ser un
factor, su principal sospecha es que fueron inhalados. Algunos llegaron
directamente a los alveolos y otros fueron a parar a la sangre.
“Si bien la presencia
de microplásticos en el aire es menos conocida, se ha documentado que estas
partículas están presentes en el polvo, especialmente en zonas
de alta contaminación, por eso también es importante mantener bien
ventilados los hogares”, explica a SINC Daniela Silva,
especialista en Medicina Interna y directora médica en Cigna Healthcare España.
Cuestión de salud pública
Mientras Thompson
tiraba del hilo de los microplásticos en el mar y mapeaba su distribución hasta encontrar que se
podían encontrar tanto en los polos como en las profundidades, otros
investigadores hicieron lo propio con la presencia de estos compuestos en
nuestro propio organismo.
“La investigación en
microplásticos se ha acelerado en la medida en que la contaminación ha pasado
de ser una inquietud ecologista a una cuestión de salud pública”, explica a
SINC el ambientólogo Alberto Vizcaíno.
“De los avisos tempranos con imágenes de tortugas con el caparazón deformado,
cetáceos varados con el estómago lleno de plásticos o albatros muertos de
inanición por su ingesta de plástico, hemos pasado a llamadas de atención por
la ubicua presencia de microplásticos en todas las muestras analizadas, ya sean
de fondos marinos, nieves en cumbres remotas, heces de humanos vivos, tejido
pulmonar o cerebros de personas muertas”.
En efecto, tras
encontrar restos en la sangre y los pulmones, los científicos no tardaron en
hallarlos en los demás órganos. Un grupo de la Universidad Autónoma de
Barcelona, líderes del proyecto PlasticHeal los
encontraron en el hígado o en los riñones, cumpliendo con el siguiente paso de
la profecía de Schwabl.
En adelante, los
microplásticos fueron apareciendo en cada vez más lugares hasta entonces
inesperados: placenta, leche materna, orina, testículos…
Lo que aún desconocemos
El gran interrogante
es, a día de hoy, qué supone todo esto. En 2022, un equipo del CSIC demostró en Scientific Reports que
la ingesta de microplásticos reduce la diversidad bacteriana de la microbiota
del colon, además de producir una alteración del equilibrio en los
microorganismos presentes. Este factor suele conllevar a un mayor riesgo de
ciertas enfermedades, pero como todo lo que rodea a este asunto, es demasiado pronto para comprender bien el ciclo de
estos residuos en nuestro organismo: qué sucede cuando llegan a los órganos y
si llegan a acumularse.
“Sabemos que están
presentes en el aire, el agua, los alimentos e incluso en nuestro organismo,
pero aún no entendemos del todo sus efectos acumulativos a largo plazo",
dice Silva. “Muchos de estos plásticos contienen aditivos químicos
(fenoles, ftalatos, PFAs…) que actúan como disruptores endocrinos,
interfiriendo con el equilibrio hormonal y potencialmente causando efectos
adversos en la salud”.
En declaraciones al
SMC, Roberto Rosal, catedrático de Ingeniería Química de la
Universidad de Alcalá, cree que toda la investigación sobre este tema está
sujeta a muchos matices. “Es cierto que la contaminación por residuos plásticos
ha aumentado en las últimas décadas debido al uso irracional que se hace de
este material y a su inadecuada gestión como residuo”,
explicaba al hilo de un artículo reciente. “Sin embargo, esto no constituye por
sí solo una demostración de que estemos acumulando plástico en nuestros
cuerpos”.
Incluso las mediciones
de cuánto microplástico ingerimos realmente están sujetas a una enorme disparidad. “Nuestros propios
cálculos, obtenidos en muestras de agua embotellada en plástico (PET), indican
que la concentración media es de 1.61 µg/L”, mostraron Rosales y su equipo en
otro artículo en Scientific Reports. “Esto implica
una exposición de 4–18 ng por kilogramo de peso corporal al día o, dicho de
otra forma, una persona que consuma 2 litros de agua al día necesitaría 850
años para ingerir 1 gramo de plástico”.
Tras haberlos
encontrado en cada rincón de nuestro cuerpo, aquí está la próxima frontera para
los científicos: comprender qué nos están haciendo
realmente los microplásticos.
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